La vida es la muerte, dijo el viejo. La vida es alegría, adujo el adolescente. La vida es el hijo, respondió la madre. La vida es el sufrimiento, se quejo el penitente. El rico, dijo que el dinero. El sibarita, que el placer. El niño, que el juego. El marino, que el mar, y el sacerdote dijo: la vida es Dios.
-¿Y tú qué opinas, callado hombre?
Le preguntaron a alguien que caminaba sobre un puente que era inicio en su mirar y terminaba en el horizonte.
Regresando de ese infinito que a sus ojos le dieron un brillo menor, con lentitud su palabra la extendió para semejar un rezo:
- La vida es un tiempo en el espacio y es, a su vez, un instante siempre muriendo y constantemente renaciendo. Es el presente y es, ante todo, constantemente dar y recibir.
Y continuó su andar a través de su mirada, hacia donde el día y la noche, junto con el mar y el cielo se fundían en un acto de sublime existencia.

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